Escribir sobre Israel y Gaza se ha vuelto un castigo.
Sísifo enfrente de la página en blanco, empujando la enorme piedra de la situación en Medio Oriente sobre la empinada montaña de la conversación. Escribes y tratas de explicar y de conciliar y escribes y tratas de explicar y escribes y tratas de explicar y sientes que lo estás logrando y puuuuuuum, pasa algo (o pequeño o enorme) y la piedra se desliza hacia abajo.
Y tienes que volver a empezar a explicar.
Porque al explicarle a los otros te das la oportunidad de explicarte a ti misma. Porque al buscar conciliar con las opiniones de los otros, te das la oportunidad de conciliar contigo misma.
Conciliar entre sentimientos muy encontrados. Entre fidelidades muy claras. Entre realidades terribles y entre el ruido mediático y social que ensordece y entristece.
En los últimos días, ante la escalada de las acciones de Israel en la franja de Gaza, he recibido incontables llamados de “¡PRONÚNCIATE! sobre la situación en Gaza”. Algunos en tono amistoso, otros en tono de orden militar. De todo tipo de gente. De los que me piden empezar a usar la palabra “genocidio” y de los que me piden usar el argumento de “todo está correcto.”
Empezando por el hecho, confirmable por mis papas, de que nunca he hecho NADA que se me obligue/requiera/sugiera/solicite/incentive a hacer.
No comulgo con ninguno de estos grupos. Ni con los que me instan a decir “genocidio” ni con los que me piden gritar que “es la consecuencia lógica”.
Si había evitado “pronunciarme” sobre el tema es porque nunca escribo nada que no tengo por lo menos semi claro en mi mente y lo que pasa hoy tiene tantas aristas que la certeza de opiniones es imposible.
Hoy se vuelve obligada la necesidad de hablar de “Y Y”. De realidades y opiniones contrapuestas que son ambas válidas.
Al cerebro humano le cuesta trabajo entender que hay ideas contrapuestas que pueden y deben coexistir. Que esto no te hace ni mediocre, ni timorato, ni vendido. Que la realidad implica la necesidad de aceptar que no hay verdades absolutas.
Las posturas que tomamos ya no pueden estar basadas en opiniones de esquina (como si fuera un rink de box: en estaaaaa esquina… y en estaaaaaa otraaaaaa) sino en la conciencia de la complejidad de una realidad que es extremadamente dolorosa. Además, y peor aun, se ha vuelto imposible conectar, o siquiera dialogar, con el otro cuando sus opiniones no son idénticas a las mías. El dolor válido es sólo lo que siento yo.
Y es a partir del dolor humano es que quiero empezar mi reflexión. Porque lo único que me queda claro es que sobra dolor en todos los lados de la ecuación.
Para justificar el dolor propio como el único importante y ante la incapacidad de aceptar verdades diferentes que coexisten, usamos los peros.
Hay una tragedia en Gaza pero es en respuesta de lo que pasó el 7 de octubre.
Israel tiene que rescatar a los rehenes, pero no así.
El pero, dice mi psiquiatra, desacredita todo el enunciado.
Hay una tragedia en Gaza Y Israel tiene que rescatar a los rehenes Y las cosas se le están saliendo de las manos al gobierno de Netanyahu Y Hamas está haciendo TODO para que la situación se le salga de dichas manos.
Y la muerte de los civiles es terrible Y Hamas manipula a los medios y los números de manera apabullante.
Y las imágenes parten el alma Y Hamás basa su estrategia de guerra en la muerte de los civiles palestinos y el efecto mediático sin importarles un coño los mismos palestinos que dicen defender.
Y los palestinos necesitan un estado Y no sé si debe ser como consecuencia del 7 de octubre.
Y Trump manipula toda la situación para su beneficio personal Y Qatar e Irán son los titiriteros detrás de los palestinos.
Y Israel es un país democrático que debe decidir su política de manera interna Y la ultra derecha israelí deja mucho que desear (por no decir que muchos son unos cabrones).
Y muchos judíos tenemos una fidelidad inquebrantable hacia Israel Y criticamos muchas de sus acciones.
Y es un orgullo ser judío Y es el peor momento para ser judío en la diáspora por el antisemitismo que ha crecido de una manera apabullante.
Y las madres judías sufren Y las madres palestinas sufren.
Y llevamos más de 18 meses Y no le veo final.
Todas las verdades son verídicas. Simultáneas. Todas son dolorosas. Hamas, o más bien la desaparición de Hamás, es la llave (más no es el único paso, muchos vienen del lado israelí) para que está situación pueda empezar a mejorar.
Eso es sobre lo único que me puedo pronunciar.
Cada vez con más frecuencia tengo la sensación de que ya no se permite pensar: solo pronunciarse, alinearse, gritar "lo correcto".
Y sin embargo, la vida —como el dolor— no cabe en esas certezas unívocas que hoy se celebran como valentía.
La pregunta, la duda, la incertidumbre... necesitan espacio para sembrar pensamiento.
Dudar no es neutralidad. Es resistirse a la simplificación moral que convierte al pensamiento en consigna y al desacuerdo en amenaza.
Gracias por escribir desde ese vértigo que no leo como indecisión, sino como lucidez incómoda.
Me reconozco ahí, en ese pliegue que no busca cerrar el debate, sino sostenerlo con dignidad. Porque todo es demasiado complejo para fingir que lo entendemos del todo.
Ojalá podamos cruzarnos algún día en esa incomodidad fértil.
Leer tu texto fue, en medio de tanto ruido, una forma de compañía.
Y en tus palabras, creo haber encontrado emociones que también me habitan.
Me encantan tus escritos, pero no puedo estar en más desacuerdo contigo. Me parece valioso que se reconozca el dolor humano en ambos lados. Sin embargo, es importante ser claros: lo que está ocurriendo en Gaza no puede describirse con eufemismos, ni se puede esconder detrás del argumento de que “todas las verdades son válidas”. No todas lo son. Algunas son excusas para justificar crímenes.
Esto sí es un genocidio. Lo dicen expertos de Naciones Unidas, lo confirman las cifras: más de 35 mil palestinos muertos, la mayoría mujeres y niños, una infraestructura civil arrasada, hospitales destruidos, periodistas y trabajadores humanitarios asesinados. Decir que no se puede usar esa palabra por miedo a la complejidad o al “Y Y” es invisibilizar la brutalidad y la deshumanización sistemática a la que ha sido sometido el pueblo palestino durante décadas. Llamarlo genocidio no es una opinión radical; es un hecho sostenido por el derecho internacional y por la realidad que millones pueden ver en videos, imágenes y reportes.
Hamas, con todo lo condenable que pueda ser, no justifica esta masacre. ¿Desde cuándo la existencia de un grupo armado sirve como excusa para exterminar a una población entera? Si el objetivo es eliminar a Hamas, ¿por qué están matando a bebés en incubadoras, destruyendo universidades, bombardeando campos de refugiados? Los grupos como Hamas no desaparecen con bombas. La historia lo ha demostrado una y otra vez: el terrorismo no se extingue con más violencia, sino con justicia, dignidad y soluciones políticas reales.
Y sí, el antisemitismo ha crecido, y eso también es condenable. Pero no se puede usar el miedo al antisemitismo como escudo para blindar de críticas a Israel. Israel no es sinónimo de todo el pueblo judío. Muchos judíos alrededor del mundo, valientes y con profunda ética, han alzado la voz para denunciar lo que está ocurriendo. No hay contradicción entre ser judío y estar del lado de los derechos humanos, incluso si eso significa condenar a Israel.
La neutralidad en este momento no es objetividad, es complicidad. Pedir que no nos “obliguen” a usar la palabra “genocidio” es un privilegio. El pueblo palestino no tiene el lujo de no pronunciarse. Está siendo borrado.
No se trata de decir que “todo está mal” y sentarse a mirar con tristeza desde la distancia. Se trata de reconocer que hay un agresor claro y un pueblo que está siendo masacrado. El “Y Y” no puede servir para diluir responsabilidades. Algunas verdades pesan más que otras, porque están respaldadas por cuerpos, por hambre, por ruinas.
Y sí, esto no va a acabar con la desaparición de Hamas. Porque esto no empezó con Hamas, ni se trata solo de Hamas.