(Y sí esto ya lo publiqué pero cada ves que dejo a mis hijos, no importa cuán grandes sean, siento lo mismo. Nunca es más fácil dejarlos ir.)
Acto Primero: La semana pasada
Me preparo para el viaje más difícil de mi vida. Tomo Riopan y Nexium, como si fueran metanfetaminas y yo estuviera de marcha en Ibiza, para controlar los nervios producto de la tendencia obsesiva que cargo en mi DNA que se han convertido en angustia que se ha convertido en gastritis.
Mi lista de pendientes parece cuaderno de grafiti lleno de tachaduras, flechas y correcciones.
Por empacar, empacado, por comprar, comprado, por hacer, hecho.
Con toda la preparación requerida, este viaje no tiene nada que ver conmigo. Yo no voy a ningún lado. Es mi hijo quien se regresa a vivir fuera de México.
Y las lágrimas que se me salen sin control en los últimos días (y en los lugares más imprudentes) son señal inequívoca de que (a pesar de mi pelo rosa y mi apariencia de mujer fuerte y en-control-de-las-cosas) me cuesta un enorme trabajo soltarlo.
Lleva casi 4 años viviendo fuera de México y cada vez que regresa y se vuelve a ir, es para mi la misma historia. No importa cuan grande sea, ni importa cuán acostumbrada esté a las despedidas, “dejar ir” no está en mi DNA.
Es un cuasi adulto hiper efectivo que no me necesita. Podría él resolver todos los pendientes de las listas él solito. Aún así me involucro en todo porque yo soy la que me quiero seguir sintiendo necesitada.
Acto Segundo: Desdenden antes
Si, ya sé. Una tiene que soltar.
Leí todos los libros de maternidad exitosa. Hay que “dejar ir a los hijos”, “educarlos con libertad”, “darles alas” “dejarlos equivocarse” “confiar en las bases que les diste”… y el resto de los consejos que dictan los expertos modernos.
Seguí todos al pie de la letra.
Patrañas.
Hoy me gustaría haber educado a mis hijos a la usanza del siglo 18, que se quedaran en mi casa hasta casarse y, después, que se mudaran a una casa en la acera de enfrente. Que los pudiera ver yo desde mi ventana todas las noches.
Es irónico, pero, por más liberal que me haya jactado ser como madre, en el momento en que “dejarlo volar alto” implicó “dejarlo volar lejos”, el instinto de sobreprotección entró en automático y comprendí el significado de la frase sentimientos encontrados: Paso del orgullo a la histeria a la melancolía en cuestión de segundos.
Porque orgullosa de ellos estoy. Orgullosísima. De su independencia, de su tesón. Orgullosa de mis tres hijos, porque nunca han buscado el camino fácil (que podrían) sino han seguido el camino que ellos creen correcto. The road less traveled.
Yo, cada vez que me despido, siento que me cortan un brazo. Orgullosa pero manca.
“Es como la segunda parte de la depresión posparto, -me dice un amigo que comparte conmigo dudosa dicha de ser padre de adultos jóvenes-, sientes que están cortando el cordón umbilical otra vez.”
En el primer parto, por lo menos, tenía la ventaja de la anestesia epidural.
Dentro de todos los conocimientos que les pretendemos transmitir a nuestros hijos el independizarse y vivir lejos de casa es para lo que los educamos. Es un rito de maduración necesario e inescapable. Así es la vida. En algunas culturas el inicio de la adultez se marca cuando el joven caza a su primer hipopótamo, en el mundo occidental se da cuando el joven se va a vivir solo, sin fecha de regreso.
Ahora, este rito esperado con ansia por mi cuasi-adulto ha sido un calvario para su madre (léase yo).
Hito para él, golpe en el estómago para mi.
Aunque le repita una y otra vez que mi casa, la casa donde creció, siempre va a ser suya, un lugar a donde pueda volver, sé que él quiere volar.
Yo, la misma que lo empujó a irse con frases motivacionales, “es una oportunidad única” “tienes todos los atributos para triunfar”, soy hoy la que, desde hace semanas, empezó a hacer un listado subconsciente de todo lo que puede salir mal: Una lista que va desde lo intrínsecamente maternal, asuntos que las madres han temido desde la prehistoria ¿Y si se pierde? ¿Y si le da frío? ¿Y si me extraña? (jajajajaja) ¿Y si no sabe que hacer? (como si lo estuviera mandando al desierto del Gobi)… hasta los miedos modernos, ¿Y el alcohol? ¿Y las drogas? ¿La violencia?
No menosprecio ni dudo de su capacidad de enfrentar solo la vida en cualquier rincón del mundo pero ¿POR QUÉ CHINGADOS YA NO ME NECESITA???????
Acto Tercero: Hoy
Llega el día de la despedida. A la escuela con mamá. Me acuerdo del día que lo llevé por primera vez al kínder. Lloró tanto que yo me quedé afuera de la escuela, en lágrimas, esperando la hora de salida. Parece que fue ayer. Parece que fue hace una eternidad.
En el camino le repito una y otra vez las instrucciones y consejos; le pregunto hasta el cansancio si tiene alguna duda adicional, si todo le ha quedado claro, si sabe qué hacer en caso de emergencia, en caso de temblor, de incendio, del apocalipsis zombie…
Me imagino que en algún momento su cerebro se bloquea y sólo asiente con la cabeza por educación o para evitarse la vergüenza de tener una madre que caiga (aún más) en estado de incoherencia.
Llegamos a su cuarto. Le ayudo a subir las maletas. Desempaca él sólo, tranquilo y feliz (Ma, porfa no muevas nada, yo acomodo solito).
¿Qué no va a llorar como el primer día de kinder?
Ve su reloj y me dice que llegó la hora de su primera junta del día. Que tiene que ir a volar, que tiene que ir a cambiar el mundo (bueno, sólo me dice de la junta, el resto lo intuyo yo).
Se voltea conmigo y me dice en fuerte “Bueno bye”. Me abraza sonriendo. Me dice al oído que me ama, que no me preocupe, que entendió todas las instrucciones que le di y que sabe que siempre estoy ahí para él.
Salimos de su cuarto y él, dueño de su espacio, se encamina emocionado y seguro a su junta.
¿¡ A qué fregada hora va a empezar él a llorar?!
Nunca voltea para atrás.
Yo me subo al coche limpiándome el caudal de lágrimas y mocos con la manga de la camisa.
Adina, me alegra saber que no estoy sólo viviendo lo mismo, con sonrisas en momentos y con los ojos vidriosos en otros leo tu pena, que es la mía también.
Hace dos años mi hija me pidió su opinión si era buena idea aprovechar una oportunidad de trabajo en Houston, probablemente porque yo siempre la quise le dije que sí, que la tomaran.
Justo ayer, regresó por unos días a la casa, que como dijiste, también le digo que es su casa y todos nos alegramos cuando llena ese espacio que parece inmenso.
Ahora viene con su hija de 2 años que es una calca de ella, entonces el dolor cuando se va es mayor, la casa queda con juguetes y muñecas por todos lados, que tuvieron vida mientras estuvo aquí y al partir parecen haber perdido la vida, como se queda mi corazón.
Me encanto! Una descripcion perfecta de lo que sentimos las madres a lo largo de la vida, tristezas, alegrias, preocupaciones, soledad, pero muchas satisfacciones.❤️