El único punto en común que han tenido los tres viajes que he hecho a Israel desde el 7 de octubre es la menuda borrachera que me acomodo en todos los vuelos de regreso.
“Water or orange juice before we take off?”
“A beer, please…make that two.”
El personal de abordo resulta ser siempre o muy servicial o muy entendido del nivel de stress que genera el venir a Tierra Santa en estas épocas.
Esta tierra tan santa y tan bella y tan complicada y tan dolorosa.
Me traen dos cervezas… y dos más.
Siempre escribo mis textos y reflexiones de despedida de estos viajes bajo la anestesia emocional del alcohol.
Lo más doloroso de este viaje es lo normal que, en Israel, el dolor y la angustia se han vuelto. Como pueden convivir y mimetizarse con la vida diaria. Como se vuelven imperceptibles pero ensordecedores al mismo tiempo.
En mi primer viaje post ataque, a finales de octubre, encontré un país en shock. Las calles vacías. La gente soltándose en llanto a media banqueta. Los silencios sepulcrales en los trenes y camiones. Parecía le habían bajado el volumen y el brillo a la imagen al país. Borroso y silencioso todo.
En mi segundo viaje, en febrero, cuando el shock inicial daba lugar a la desesperanza y al recuento de los daños, encontré un país triste y enojado, enfrentando una realidad dolorosísima y buscando respuestas a preguntas imposibles de responder. Un país sumergido en una guerra franca pero que, en ese momento, se pensaba relativamente corta y sino ganable (las guerras nunca se ganan) por lo menos resolvible.
En el viaje de hoy la única sensación que percibí fue de hastío normalizado. No sé si me entiendan.
La gente esta harta y enojada… y cansada de estar harta y enojada.
Harta con la guerra que parece no tener fin (la guerra en el norte es, a todas luces, inminente);
harta con la situación política que parece no tener remedio (los bandos en contra y a favor de Netanyahu cada vez se enfrentan más y queda claro que hasta que no se solucione el tema político interno será difícil avanzar con una verdadera paz);
harta con la crisis económica que le pega a todos
y harta del dolor desde Gaza.
Las perspectivas pare el retorno de los rehenes (o por lo menos de sus cuerpos) disminuyen día a día. Regresarlos ya no sólo es una condición para el cese al fuego es una necesidad para que el país pueda sanar y seguir adelante. Todos saben que si la herida de los rehenes queda abierta (si todas las personas o los cuerpos no se recuperan) va a ser una que va a supurar por siempre. En una de las marchas veo un cartel que resume perfectamente todo: ha atid iatjil im tshubam. El futuro empezará con su regreso.
Israel no tiene una piedra en el zapato, tiene una navaja en el zapato.
Pero, a la vez, la vida ha regresado a cierta normalidad. Anormal normalidad.
En la Segunda Guerra Mundial Hannah Arendt definió el término “la banalidad del mal”: como el mal podia coexistir con la vida diaria. Hoy, aquí, me enfrentó a “la banalidad del dolor”, el dolor que coexiste con la vida diaria.
No me mal interpreten y no piensen que soy trágica: no sufrí mi viaje. Para nada. Israel sigue siendo un lugar especial y espectacular para visitar. Jerusalem en magia y Tel Aviv es, sin duda, una de mis ciudades favoritas del mundo.
Pero no deja de ser triste.
No puedo negar la realidad de mis viajes: a fin de cuentas estoy en Israel hoy (y he venido tan seguido) porque que hay una guerra que está devastando al país y a Gaza y otra “guerra” (el creciente antisemitismo) que esta mermando la vida de los judíos en la diaspora.
Y ese dejo de dolor no desaparece ningún segundo del viaje. Por más Hummus, por más atardeceres, por más abrazos.
Mi prima que en mi primer viaje me describió la situación como “sorrow” hoy la describe como “despair” de la pesadumbre a la desesperanza.
De las pocas cosas que me quedan claras, clarísimas, clarisisísimas es el inminente deseo de paz, no como una palabra en Social Media sino como una acción pragmática y urgente.
Los activistas por la paz, los de verdad, no están en Columbia ni en las redes sociales (merolicos que, seamos sinceros, el tema les valdría madres si no hubiéramos judíos involucrados ), están en las calles de Tel Aviv y de Jerusalem y de todas las ciudades y pueblos, marchando semana con semana, presionando al gobierno, creando y fortaleciendo ONGs pidiendo el FIN de la guerra y el restablecimiento de orden y normalidad para los palestinos. Los israelíes más soñadores lo hacen por un genuino deseo de paz, los más realistas porque saben que sólo va a haber seguridad en Israel si se logra, por lo menos, un entente cordial.
Acabar la guerra, que para el mundo exterior es un pantallazo en el celular o un grito vacío en redes, para los israelíes es su futuro y su presente.
De Israel regreso siempre con los brazos cansados de dar abrazos pero hoy me llevo un sabor amargo en la boca.
Dentro del carácter recio y “todo bajo control” que caracteriza el espíritu israelí, hoy hay una enorme melancolía, una añoranza a días pasados o a días futuros.
No se si esta nueva realidad es un bache camino a un futuro mejor o un estancamiento perpetuo, pero, como repiten una y otra vez los israelíes, no sé si como descripción o a manera de autoconsuelo: Ze ma she yesh, esto es lo que hay.
Gracias por compartirnos tus experiencias y sentires. Israel es un lugar increíble en el sentido estricto de la palabra. Contrastes, historia, misticismo, tecnología. Gente vibrante, anfitriona, cariñosa, orgullosa, creativa, que esta sufriendo, y está sobreviviendo a muchas guerras y aun así sigue abrazando, celebrando y esperando, y creyendo....
Un abrazo. Bienvenida.
Ufff Adina!!!! Ahora si le pegaste bullseye, o sea, no es que en otras ocasiones no lo hayas hecho pero específicamente esta se lleva a todas de calle.
Habiendo vivido más de la mitad de mi vida en Israel y habiendo pasado muchas guerras, atentados, muertes, etc. Nada…. absolutamente nada se puede comparar con el sentimiento de enojo, de impotencia y de desesperación en el cual estamos todos los israelíes o por lo menos los no religiosos ortodoxos o los fanáticos fascistas de la extrema derecha (afortunadamente somos mayoría). Por lo que pasa o no en Gaza, la verdad me tiene sin cuidado… ya lo dijo un comico israelí cual nombre no recuerdo: Soy de centro izquierda pero si fuera por mi que el IDF deje a la franja de Gaza como un Parking lot.