“¿¡O sea, ahora además, vas a ir a Almoloya?!”, me dice mi hijo pelando los ojos y confirmándose que, ahora sí, su mamá perdió la razón, “No te bastó con ir a la frontera con Gaza”.
En sus adverbios está la respuesta. No es además de, es justamente por que fui a ver la tragedia en Israel que necesito ir a ver lo que está pasando en la mazmorra de la sociedad mexicana. La cárcel de mujeres de Santiaguito en Almoloya de Juarez.
Desde hace semanas, estando en medio de la frontera con Gaza, no puedo dejar de pensar en las similitudes entre lo que pasa hoy entre Hamas-Israel y la tragedia cotidiana que se vive entre el Narco/Crimen Organizado-México.
La situación puede parecer abismalmente diferente pero es, en el fondo, muy igual.
Dos países aterrorizados por los estragos de la violencia. En Israel el 7 de octubre, en México todos los días desde hace años.
Dos países en donde la violencia sexual es avasalladora como arma de sometimiento y horror.
Dos países en donde el horror de lo que es capaz el ser humano (la tortura, matanza, crueldad de Hamas y del narco) se vuelven cada vez más banales.
Dos países con madres que lloran a sus muertos. Dos países con madres que esperan a sus secuestrados.
Hay una diferencia, Hamas se mueve por razones ideológicas mientras que el Narco se mueve por razones económicas. Pero si te matan, torturan y/o violan te dan exactamente lo mismo las razones del perpetrador.
Voy a Almoloya para tratar de entender si existe la posibilidad de redención después de un crimen. Si podemos perdonar y cómo. Si podemos darle vuelta a la página del horror. Si los criminales cambian. Si hay redención. ¿Cómo se reconstruyen los tejidos sociales después de las tragedias?
Porque algo me queda muy claro, aun después de los peores crímenes, las sociedades, eventualmente, se tienen que reconstruir.
En Israel esta es una plática a futuro. A mediano o largo plazo. Hoy la guerra sigue. Los secuestrados faltan, la sangre no se ha secado. Las condiciones no están, ni remotamente, listas para tener esta conversación.
En México esta plática es urgente y lleva siendo urgente por años y obviada. Uno de los grandes problemas de la situación de inseguridad en México no es sólo el “abrazos, no balazos” sino que nos hemos negado a tener esta discusión: Hablar de la justicia restaurativa y no sólo de la punitiva.
¿Cómo se reconstruye una sociedad que ha pasado por lo peor?
¿Cómo se reconstruye la sociedad israelí tan lastimada y aterrorizada?
¿Cómo se reconstruye Gaza que ha sido sujeta no sólo a una guerra sino a décadas de adoctrinamiento por el odio de Hamas que ha corrompido el alma de generaciones enteras?
¿Cómo se reconstruyen tantos y tantos pueblos en México ahogados y dependientes del crimen organizado?
La sociedad no es una masa amorfa. La sociedad es simplemente el cúmulo de personas, por lo que para hablar de reconstrucción tenemos que hablar, obviamente, de reconstruir a las personas; a las víctimas pero, también, en reconstruir/reformar a los victimarios.
Por más estúpido que parezca, es imposible hacer lo uno sin lo otro. Para reconstruir hay que entender y para entender hay que dialogar con ambas partes.
Suena controversial y acepto críticas Para reconstruir a Israel vamos a tener que tener una seria conversación sobre la reconstrucción física y social de Gaza (sin Hamas). Para reconstruir México vamos a tener que reconstruir a los criminales.
Ahí, a Almoloya, fui a buscar parte de la respuesta.
¿Se puede reformar a los victimarios?
Fui a sentarme con mujeres que estando presas participan en dos iniciativas de la sociedad civil (obra de Tatiana Ortiz Monasterios y Vanessa Coppel) quienes crearon Plan B y la Videoacademia Penitenciaria, proyectos que buscan capacitar a las mujeres con herramientas de salud emocional y de trabajo productivo.
Fui a platicar con ellas. A verlas a los ojos. A oír sus historias. A entender los procesos de cambio por los que transitan. Los errores que ahora aceptan, la visión que tienen sobre sus crímenes y el agradecimiento que hoy tienen en su proceso de recuperación.
Porque el criminal, en Tamaulipas o en Gaza, también es víctima de sus circunstancias. Nos guste o no aceptarlo. Es víctima del odio y abandono con el que fue alimentado. Muchas veces esas circunstancias quitan completamente la capacidad de agencia en sus actos.
Ojo, hay una diferencia enorme entre tratar de entender las circunstancias y justificar los hechos. Lo primero es inminente, lo segundo es imposible.
En un momento me quedé sola con un grupo de 4 mujeres y les pregunté a una por una, porque obviamente yo soy muy educada y quería hacer small talk, “¿y tú porque estás aquí?”
Por secuestro.
Por secuestro.
Por secuestro.
Por secuestro,
Lo único que pude hacer es bromear “¿Qué aquí no hay nadie que esté por un simple robo?”
Nos atacamos todas de la risa.
Y no quiero romantizar mi visita porque la vida en la carcel es un verdadero infierno bajo cualquier perspectiva, pero el trabajo que estas organizaciones han hecho con estas mujeres es una cosa insólita en el camino a su redención, a su reconstrucción personal y, con esto, en el camino a la reconstrucción de la sociedad.
Y no quiero minimizar el problemas, porque ellas son sólo una minúscula muestra del universo de problemas que hay en este país.
Pero, ahí, en Almoloya, entre lo que consideramos es “lo peor de la sociedad” encontré parte de mi respuesta. La reconstrucción de la sociedad, sea mexicana, israelí o gazatí, va a ser posible (es posible )sólo sí, sólo sí, sólo sí, hay gente (como Vanesa y Tatiana) dispuesta a trabajar en ella, a creer en que el espíritu humano vale la pena ser salvado.
Como bien dijo Hertzel: Si queremos, no será leyenda.
Gracias! Leerte nos da contexto de tantas cosas que suceden y nos ayuda a poner en palabras lo que hay veces sentimos indescriptible.
Eres mi ejemplo