Querida Shiri, mi canto, que es lo que significa tu nombre:
Llevas tantos meses en mi corazón y en el corazón de tantos. Eres la cara, una de las caras, de la tragedia del 7 de octubre y de la tragedia de todos y cada uno de los casi 500 días que han seguido.
Tu cara de angustia, la de una madre siendo secuestrada con sus dos hijos, uno de tres años y uno de meses, en brazos. Que grandes y fuertes tus brazos que los abrazaban y protegían a ambos del horror. Tu cara, al ver a tu marido también siendo secuestrado. Tus gritos ahogados que han sido los gritos de tantos, de tantas.
Tu cara de madre, tan judía y, al mismo tiempo, tan similar a otras madres (mexicanas muchas) que ven a sus hijas e hijos asediados por el mal y no tienen como protegerlos.
Querida Shiri, mi canto, llevo semanas queriéndote escribir. No porque lo vayas a leer, no porque haga la más mínima diferencia en esta tragedia, Te quiero escribir por todos los que te vimos y te soñamos. Todos los que te añoramos sin conocerte. Todos los que te esperábamos de regreso en casa.
Escribirte por quien eres, por lo que has sufrido y por el dolor de tantas madres que representas.
Me frenaba de escribir porque no sabía cómo empezar. A veces empezaba mis palabras esperándote viva. A veces, temiéndote muerta. No escribas nada hasta que no sepas. Es una falta de ética y respeto.
Conforme fueron pasando los días, el escenario se tornaba cada vez más negro. Cada vez más pesimista. Esperando lo peor pero, haciendo malabares mentales para evitar confirmarlo. Son muchos días pero pudieron haber sobrevivido... Son rehenes muy “valiosos”, los van a cuidar. Una pelea mental entre las posibilidades de la realidad y la plegaria de lo que pudiera ser un milagro.
Hoy esos malabares mentales son imposibles de sostener. Ya sabemos.
El horror no es menos horrible por haberlo anticipado.
La furia por lo que te hicieron no es menos furiosa. Porque lo que más siento hoy es furia. Ciega. Cruda.
Querida Shiri, mi canto, El canto que se volvió grito desgarrador. Tus hijos, que se convirtieron en los hijos de todos.
Esos niños de luz, con el pelo de fuego, con las sonrisas y los chupones y los bailes, que vimos foto tras foto, video tras video. Esa niñez truncada, arrebatada. Y la imagen de tus brazos sosteniéndolos.
Conforme fueron pasando los días de esta última recepción de rehenes (me niego a decir intercambio porque no encuentro la equivalencia entre tu y tus hijos y ninguno de los terroristas liberados), sabíamos que si no los liberaban desde un principio (mujeres y niños primero) las cosas no pintaban bien.
Como consuelo falso y diminuto empezaron las terribles matemáticas mentales de quien o quienes de tu familia pudieron haber sobrevivido. Por lo menos uno. La esperanza de verlos a todos con vida y el terror de las combinaciones entre quienes pudieron haber sobrevivido y quienes no.
La mama sin los niños. Los niños sin mama. El papa sin el resto de la familia. El papa y uno de los hijos. Los padres sin hijos. Los hijos sin padres. Todas las combinaciones de un infierno en vida. Pero nos aferrábamos al “por lo menos”.
Hoy dejamos de hacer matemáticas y de creer en milagros. Sabemos ese veredicto funesto. Shiri Silverman-Bibas, 33 años, asesinada. Ariel Bibas, 5, asesinado. Kfir Bibas, 2, asesinado.
Y la realidad de Yarden, tu esposo, con vida. Si se le puede llamar vida a lo que ahora enfrenta. de un hombre solo, devastado, liberado después de 15 meses en el infiero y que regresa a otro infierno. Un padre sin hijos, pero que nunca va a dejar de ser su padre. Un esposo sin pareja, pero que nunca te va a dejar de amar.
Y pregunto, me pregunto, le pregunto a Dios, cuestiones imposibles de resolver e inservibles de contestar ¿Qué diferencia hacen los detalles si ustedes han sido asesinados?
Pero no me dejan de atormentar las preguntas y las imágenes mentales.
¿Cuánto tiempo lograron sobrevivir? ¿Cuántos días y cuántas noches? ¿Distinguías entre el día y la noche o todo fue un eterno purgatorio?
¿Te mataron antes que a ellos y en tu último suspiro sabias que los dejabas indefensos en el infierno?
¿Los viste tu morir, en medio de la impotencia del horror? ¿Murieron juntos?
¿Les cantabas canciones de cuna durante el cautiverio? ¿Cuán grandes fueron tus brazos para protegerlos del odio, del frio, del hambre? ¿Cómo le explicabas a Ariel lo que pasaba? ¿Cómo contenías el llanto de Kfir?
¿Hubo alguien, por lo menos una persona, que se apiadó y les tendió una mano, una cobija, un bocado?
Querida Shiri, mi canto, hoy eres luz, hoy tus hijos son ese fuego eterno que han marcado el camino y el propósito del pueblo judío a lo largo de la historia.
(Decir esto de “la luz” me quiebra el alma. Lo que queríamos no es que “fueran luz” ni esas cursilerías, sino que fueran vida, carne y hueso, risas y cosas cotidianas.)
Querida Shiri, mi canto: Descansen en paz. Su memoria siempre será una bendición y un grito de acción para el pueblo judío y para el resto de las personas buenas de la humanidad.
Inimaginable... tanto dolor.
No tengo palabras. Soy pura rabia y tristeza.