Todos los Starbucks de México son iguales. Todos menos uno.
Me imagino a algún alto ejecutivo de Starbucks México (del departamento de Bienes Raíces) teniendo una apoplejía “¿¡Cóooooomo?! Si le tratamos de dar a cada uno su encanto particular.”
Cambio la frase: Todos los Strabucks de México me dejan lo mismo. Y vaya que es un lugar que frecuento mucho para temas de trabajo. Todos me dejan lo mismo menos uno.
Me imagino a otro alto ejecutivo de Starbucks México (este del área de mercadotecnia) diciendo “Yeeeeees, publicidad gratis."
Todos. Menos uno. Adivinaron por el título: El Starbucks sobre la calle de Michoacán entre Cuautla y Cuernavaca. En pleno corazón de la Condesa. Entre lo que antes eran expendios de pan de barrio que ahora son tiendas super sofisticadas de masa madre; entre misceláneas (la de Edmundo donde compraba yo Chaparritas de mandarina) que ahora son tiendas de diseño.
Ahí. En la calle con camellón arbolado. Ahí con los edificios sesenteros, ahora remodelados. Ahí por donde sigue circulando la camioneta con el altavoz de “se cooooompran lavadoras, refrigeradores o fierros viejos que vendan” al lado del pelotón de turistas en el “Tour Mexico City On a Bike”.
Ahí está. El único Starbucks diferente.
Corrían los años de 2013 y 2014 la condesa ya era cool pero todavía no hipergentrificada. Y este Starbucks recién abierto era mi parada habitual. No porque me quedara cerca de mi zona de eficiencia en tiempos y movimientos, sino porque mi bobe Rebeca Chelminsky vivía a pocos pasos (Michoacán entre Cuernavaca y Atlixco) y conforme la edad fue haciendo de las suyas, este era su lugar favorito para venir a tomar café. Cuando yo era niña iba con ella al Palacio de Hierro de Durango (muégano incluído). Pero, con la edad, prefería este lugar a pocos pasos de su casa.
Pedía simpre lo mismo. Todo dulce. Porque mi bobe pudo haber perdido la memoria pero no el diente por el azúcar. Porque podrá no haberse acordado de como me llamaba yo pero pedía su café con leche (obvio no lo llamada Latte) y su cuernito (obvio no le decía croissant) con todas sus letras.
Estando con ella era de los pocos momentos que me compraba un pan dulce (ya sé, tengo issues). Un chocolatín.
Y los baristas del Starbucks ya no le preguntaban su nombre. Se lo sabían. Doña Rebe, escribían en plumón. Y mi chocolatín salía también marcado con su nombre.
Y nos sentábamos en la mesa de la acera, junto a la mini jardinera. Ella, su enfermera y yo. Y platicábamos. Y comíamos. Conforme pasó el tiempo, y la vejez arreció, hablábamos menos. Las historias se convirtieron en miradas y sonrisas. Y pan dulce.
Mi bobe murió en el 2014. Nunca volví a ir a ese Starbucks. No entraba en la eficiencia de mis tiempos y movimientos.
Hoy regresé.
“¿Donde nos vemos? ¿Por la Condesa?” me preguntó una persona con la que tenía una cita de trabajo.
“El Starbucks de la Condesa”, le dije valiente. Un Starbucks es un Starbucks es un Starbucks. ¿Qué valor emocional podría guardar de después de más de 10 años?
Y fui. Y me di cuenta que todos los Starbucks de México son iguales. Menos uno. Menos este.
Este Starbucks me sabe a mi bobe, a su café con leche, a su cuernito. A mi chocolatín. Me huele a ella.
Mi valentía duró 35 segundos.
Me asomé a la acera. A la mesa de siempre. Busqué a mi bobe.
La mesa estaba vacía.
Pedí un tehuacán. Me senté en esa mesa y me solté a llorar.
Que lindo recuerdo
Yo también hubiera llorada
Gracias por compartir
Un abrazote
la famosa colonia Hipodromo Condesa, donde jugamos, crecimos y la vivimos con tanto cariño. Parque México, Parque España, los jardineros que nos quitaban los balones por jugar en sus pastos. Los polis que nos mandaban a casa a las 8 de la noche porque ya no era hora para seguir jugando. Nostalgia de la buena. Y todas nuestras abuelitas, aquellos que tuvimos la suerte de tenerlas, nos dejaron sus huellas. Quien cantaba "Una lágrima cayo en la arena".