"El que habla de unión habla de diferencias, porque si no hubiera diferencias no habría nada qué unir”. -Miguel Leon Portilla
Vivimos en un país terriblemente dividido. No es novedad para nadie.
Un país en donde más de la mitad de la gente vive debajo de la línea de pobreza mientras una minoría vive en cuasi-Luxemburgo. Un país en donde no hay meritocracia, en donde las oportunidades se reparten, en su mayoría, al mejor postor.
Un país en donde, en las palabras de Ricardo Raphael, "El elevador social se descompuso. Si alguien nació en la planta baja tiene altísimas posibilidades de morir en la planta baja, que su hijo y su nieto mueran en la planta baja. Y si uno nació en el 10 o 9, difícilmente cae al 8".
Un elevador que durante más de 100 años nadie ha tratado de arreglar. El PRI y PAN por su ceguera y soberbia, Morena por su clientelismo.
La división crea enojo, inseguridad, reclamos, insultos… Pero, no es novedad. Ni me sorprende. Es la consecuencia lógica. Causa y efecto.
Lo que me ha sorprendido en estas dos semanas post electorales es como este encono parece imposible de acabar.
Una hubiera pensado, en un romanticismo poco adecuado al análisis político, que habiendo ganado con la diferencia que se ganó (sin dejar a un lado el tema de la elección de estado y las impugnaciones en proceso): existieran mejores vencidos y mejores vencedores.
Mejores políticos y ciudadanos capaces de entender que, JUSTAMENTE, no es cuestión de vanagloriarse como vencedores o sulfurar en el papel de vencidos sino de encontrar un camino conjunto.
El diálogo es imposible.
Y no es sólo en redes sociales (en donde el encono, la manipulación de bots y haters no ha cedido ni medio centímetro), sino en la calle, el las discusiones privadas, entre analistas renombrados y, más importante, en las discusiones políticas.
El debate se resume entre el “lero lero” vs. “igual siguen siendo unos chairos”; se resume en revanchismos e insultos.
¿Hasta dónde vamos a llegar? o, más bien ¿hasta dónde nos vamos a hundir?
Hasta dónde vamos a seguir ahogándonos con el smog político que hoy respiramos y que nos envenena a todos. Que IMECAS ni que IMECAS, traten de tener una conversación con alguien que no piensa como ustedes.
Ese es el gran reto de este sexenio. No otro. Es el reto más grande y, si se logra, el más grande avance para México. Es un reto para Claudia, para el Congreso y para cada uno de los ciudadanos de este país, estén del lado que estén: limpiar el aire político que respiramos todos.
Porque lo único seguro en el sexenio que viene es que o nos salvamos todos o nos ahogamos todos.
Falta ver si esta división que hoy impera es nuestro reto o nuestro acabose.
Es cierto, el mayor problema es esta división y es lo que más miedo me da. Ya existía desde hace mucho pero llegó quien la hizo más evidente y hasta la promovió. Nunca habíamos vivido con una incertidumbre tan amenazadora y sin saber a dónde ir, porque al menos yo me siento a la deriva.
Saludos Adina
Tal cual querida …
Lucha de egos y poderes