Cuando mis hijos eran chicos, cada viernes de diciembre (en más, desde mediados de noviembre) al ir a la cena de Shabat, la actividad favorita, tanto en el trayecto de ida como en el de regreso, era contar el número y maravillarnos de las casas que ya estaban decoradas para Navidad.
Contábamos, hacíamos la comparación de cuantas más habían ya decorado desde la semana pasada, hablábamos de nuestras favoritas, de las que se nos hacían exageradas…
Creo que no hay mejor ejemplo de lo que ha sido mi vida como judía en épocas navideñas. Ir a nuestra cena de Shabat regocijándonos en la preparación navideña de los otros pero que, de alguna manera, se volvió parte de nuestra tradición semanal.
Hasta hoy (añísimos después) cuando les quiero dar una instrucción vial a mis hijos les digo “te das la vuelta a la derecha en la casa que tenía el Santa Claus gigante en el techo”.
Ser judío en épocas navideñas es un evento extraño.
No celebras pero el espíritu te contagia.
No pones arbolito, pero estas consciente de todas las decoraciones de todos los arbolitos cercanos y en redes sociales.
No conozco a nadie que no tararee villancicos en estas épocas (yo tengo un playlist navideño que desempolvo cada diciembre).
Nunca estás tan consciente de ser el ajeno pero, al mismo tiempo, nunca te sientes tan parte de una celebración que no es tuya. Una misa, por ejemplo, me es completamente ajena emocionalmente pero ir a una posada me emociona incluso antes de atascarme de ponche.
Nunca estas tan consciente de las diferencias religiosas y regalitsticas, pero también, nunca son tan evidentes las similitudes y puntos en común.
Porque le reces a la presentación de Dios que le reces, a fin de cuentas, todos buscamos lo mismo en la vida: ser guiados por la luz, estar rodeados de amor y de familia… y comer delicioso hasta tenerte que desabrochar el primer botón del pantalón.
El poder vivir la Navidad como espectadora (a veces activa, cuando me invitan a un evento, a veces sólo desde la ventana de mi coche) es uno de los más grandes privilegios de mi vida.
No solo por entender lo que para mis seres queridos no judíos es importante y celebrar con ellos, sino porque en entender al otro, por más diferencias que haya o juntamente por las diferencias que hay, cimentamos nuestra propia identidad, entendemos mejor quienes somos, afianzamos valores, creamos una comunidad conjunta, inclusiva y tolerante.
Es en ver las diferencias en donde confirmamos la regla de oro de cualquier religión “amarás a tu prójimo como a ti mismo” (y no envidiarás los regalos abajo del árbol de Navidad).
Para todos mis amigos que celebran navidad, gracias por dejarme ser parte de sus vidas y aprender de cada uno de ustedes.
Que sus casas y corazones estén llenos de amor, de alegría y de apapachos y que, como decía Rab Jonathan Sacks: Que todos ayudemos a encender la luz que ilumina al mundo.
Con todo mi amor, Adina.
Te entiendo perfectamente, porque durante muchos años, cuando era chica, pasé las temporadas navideñas en Estados Unidos, donde todo era bonito y bueno y todos, sin importar las creencias, cantábamos y éramos felices…
Me conmueve muchísimo esta reflexión.
Gracias por el aprendizaje de tu relato y el amor que es mutuo y nos une absolutamente a todos.