“Me voy a quedar en un hotel en la zona árabe de Jerusalem”, Le digo a mis papas en un tono que no da lugar a discusión.
Pobres de mis padres, las canas que les estoy sacando cuando les debería estar dando bisnietos.
“Nada más hazme un favor, me dice mi mamá, si vas a ir al Kotel (Muro de los Lamentos) entra a la ciudad vieja por el barrio judío, no por el musulmán”.
Para quienes no conocen la geografía de Jerusalém, se las explico (vean el mapa aquí abajo): la ciudad vieja, digamos el centro histórico en donde están todos los lugares Santos (el Muro de los Lamentos, El Aqsa y el Santo Sepulcro), es una ciudad amurallada que se divide en cuatro barrios: uno judío, uno musulmán, uno cristiano y uno armenio, entrelazados. Se puede entrar por cualquiera de ellos para llegar a cualquiera de los sitios santos. Evidentemente si te hospedas en Jerusalém del Este (la colonia moderna musulmana) la entrada lógica a la ciudad vieja es por el barrio musulmán (la X rosa es donde está mi hotel).
Mi primera parada llegando a Jerusalem fue, como siempre, la Ciudad Vieja. Ese lugar tan santo y tan complejo. El centro de la fe en Dios y el centro de la discordia humana.
Me gusta porque es bellísimo y porque me genera una gran curiosidad la devoción de la gente a cualquier que sea su Dios.
Puse Google Maps para guiar mi camino yyyyy, digamos…. al algoritmo le valió la petición de mi mamá.
Me metió por el camino más corto: el barrio viejo musulmán, por calles completamente árabes, sin turistas de ningún tipo. Mujeres en hijab completo, hombres hablando en árabe, mesquitas y escuelas de rezo musulmán…
Tenía 40 años que no había cruzado ese barrio. Cuando era chica paseábamos por estas calles, camino a conocer la Mesquita como turistas, sitio que no está abierto para judíos desde hace muchos años.
Hubo un momento que me pregunte si, a mis 50 años, debería hacerle caso a mi mamá, salirme del barrio musulmán, rodear y entrar a la ciudad vieja por algún lado mas concurrido, judío y conocido.
Pero, pensé, si siempre veo lo que siempre veo, siempre voy a llegar a las mismas conclusiones. Así que seguí caminando.
Explicar Jerusalém para quien no la conoce es difícil pero es fundamental para entender el Israel de hoy, y el Israel que puede ser mañana.
En la ciudad vieja y en la moderna conviven, en mayor o menor proporción según la zona, judíos ortodoxos, judíos seculares, musulmanes, cristianos, armenios, algunos turistas agnósticos perdidos y una que otra persona que sólo viene a ver y a buscar la iluminación espiritual sin denominación.
Y funciona. No de manera perfecta, no sin incidentes, no sin problemas, pero funciona, la vida es vivible aun en medio de una guerra que tiene enconados y temerosos a todos.
Caminan por las mismas calles, comen en los mismos restaurantes, trabajan juntos, votan en las mismas elecciones, se quejan a la par del precios de los bienes raíces y de las políticas públicas.
No perfecto, no sin incidencias, pero real.
“Jerusalem es el ejemplo de la convivencia que se podría llegar a tener en todo Israel, es la visión futura de lo que se puede tener”, me dice una amiga joven que ha vivido en Jerusalem toda su vida y que ha visto a la ciudad sobrevivir y sobreponerse a todas las crisis políticas y sociales de los últimos años.
Y sí, en medio de las noticias terribles de lo que pasa a pocos cientos de kilómetros, aquí las cosas entre árabes y judíos, entre judíos ortodoxos y seculares y entre todos los “bandos”, se siente más como un reto manejable que como una situación sin solución.
“Yalla lady, where are you going?” Me grita un hombre con fuerte acento árabe.
Estaba yo tan absorta pensando haber solucionado, en una caminata, el milenario debate del medio oriente que no me di cuenta que me había perdido.
“To the Kotel”
“Wrong way, lady, this is the way to the mosque, you cannot go to the mosque”.
Me muestra con la mano por donde tenia que enmendar mi camino.
Empecé a caminar.
El camino desde la Mesquita hasta el Kotel era por la Vía Dolorosa.
Tan metafórico. Como todo en Jerusalem.
Estuve allí hace año y medio. Me dio mucho gusto pasar por "memory lane". Me quedé en la recámara de la casa de una mujer en la zona judía. Abrazo
Gracias Adina por llevarme de la mano a recorrer Jerusalem. Creo que en esta vida, ya no llegare a poner mis piecitos alli. Un recorrido que si hice en la juventud, casada con un hombre cuyo padre nació en Siria -que suegro tan hermoso que me toco- fue por la calle de Correo Mayor, donde el tenia su negocio. Dos tiendas de sirios o libaneses, dos de judios, y asi. Y vivían en paz. Ese suegro chulo, con sabiduría, escuchaba cuando le decía que para mi sirios/libaneses y judíos eran lo mismo. Hope you don't get offended, lo digo con admiración!