Hoy el político X es el traidor de moda. O la ladrona o el abusador de poder o la corrupta o el vendido o la descarada. La noticia del día que nos enoja hasta la médula.
Mañana (o pasado… o el próximo lunes) se nos habrá olvidado.
Se nos olvida porque habrá otro escándalo peor o igual de malo pero de otro color.
Terrenos descubiertos, riqueza sin explicación, venta de su alma legislativa al mejor postor… Gran creatividad, para porquerías políticas no paramos.
Los políticos nos tienen tomada la medida. Saben que somos de memoria corta. Que se nos olvidan las cosas porque nadie tiene la capacidad de mantener en su “disco duro mental” la cantidad de megabytes de escándalos políticos que vivimos, uno tras otro, en este país.
Se ríen en nuestra cara. Dos semanas después de la mamada en turno que haya realizado dicho político se quita la pena (que dudo alguna vez la haya tenido) y sale en la portada de alguna revista de sociales, sonriente y descarado.
Y se pavonea en el restaurante de moda. Y vuela en primera. Y le importa poco si lo fotografían con el Vacheron Constantin o las joyas de Cartier.
Y los mismos ciudadanos que se desgarran las vestiduras por “lo mal que está México”, cuando lo ven en la calle, lo van a saludar a su mesa. Licenciado por aquí, licenciado por allá. Con admiración por la mujer que trae o el reloj que porta o el Vega Sicilia que bebe.
Porque hay una parte enorme de la ciudadanía que ve el lujo que ostentan, haiga sido como haiga sido obtenido, como aspiracional. Y compra las revistas en donde salen y los admira aunque los repudie.
Como con Alito.
Como con Layda.
Como con Bartlett.
Como con Peña Nieto (y todos los mexicanos que se fotografían con él en Madrid).
Como con. Como con. Como con. La lista es tan larga que la memoria no me alcanza. Me remito al título de este artículo.
Como con todos los impresentables (de todos los partidos, nadie se salva) que han robado al país de dinero, de oportunidades y de democracia, con el único fin de salvar su pellejo, su futuro político o su colección de coches y terrenos.
Pero también es nuestra culpa.
Odio decirlo. Pero también es.
Esperen que me explico:
Cuando los políticos mexicanos cometen un crimen legal o una marranada gozan (y ¡oh, cómo gozan!) de tres tipos de impunidad:
Hay impunidad legal. Auspiciados por el fuero y porque la posibilidad de ser aprehendido y castigado es bajísima.
Hay impunidad política. ¿Te enemistas con un partido? saltas a otro… tus electores que se vayan al carajo. No hay ninguna consecuencia de tus acciones.
Y hay impunidad social. El costo social de ser un traidor, un ladrón, un corrupto, hoy, es cero.
Y ahí, en esta tercera esfera, es donde tenemos poco, poquísimo, poder los ciudadanos, pero tenemos algo: El escarnio social.
Y no, no deberíamos ser nosotros los ciudadanos los que castiguemos a los corruptos. Deberían ser procesados y castigados por las instancias y los procesos y las instituciones y su propio compás moral (jajajaja).
Pero a falta de esas, solo nos queda a los ciudadanos depender de nosotros, los ciudadanos, para defendernos de la calaña y el descaro de los políticos que nos gobiernan.
El escarnio social colectivo. El abuchearlos en los restaurantes, beban el vino que beban. El que las revistas de sociales no los fotografíen en familia o en sus eventos sociales o les otorguen la portada o la lista de “los 10 mejores vestidos”. El no invitarlos a ser parte del honorable presidio de un evento. El señalarlos publicamente como lo que son.
Y ojo, no hablo de escarnio al político que piensa diferente a mí. Para nada. El pensar diferente es democracia.
Hablo del escarnio social al político (incluso de “mí” partido) que es un corrupto, un ladrón, un traidor.
Es levantar la voz y decirles: YA BASTA. Déjenos de ver la cara. Déjenle de ver la cara al país.
Probablemente el escarnio social no les importe a ellos, si roban y mienten sin despeinarse ¿qué les va a importar lo que diga la gente?
O quizá sí. Quizá es pegarle donde les duele, en la admiración de la que se sienten merecedores.
Lo que estoy segura es que nos va a servir a nosotros como ciudadanos. Nos va a ayudar a retomar el poco poder que todavía tenemos ante la calaña de políticos que nos gobiernan.
Nos hacen falta cojones para agarrarlos a huevasos, para rodear sus casas y no dejarles dormir, para bloquear las calles y causar un caos, sacudirnos lo huevones y comodinos y dejar de creer en los iluminados que vendrán a salvarnos
La triste realidad de Mexico y los mexicanos