Y cuando el nido se queda vacío los papás se quedan, también, desplumados.
El nido vacío no llega de sorpresa. Que los hijos se van a ir algúuuuuun día lo sabes desde el momento en que diste a luz; lo lees en innumerables libros; lo oyes de infinidad de expertos.
No llega de sorpresa. Los procesos son largos, empiezan desde el “me voy a ir a vivir solo… me voy a casar… me voy a estudiar fuera” y existe toda una preparación previa para ese día. Las listas de lo que hay que hacer, de lo que hay que empacar, los consejos que tienes (o quieres) repetir una y otra vez para darte tranquilidad a ti misma porque, seamos sinceros, en la emoción de la partida los hijos escuchan poco…
No llega de sorpresa pero, cuando llega EL día, pareciera que jamás te pasó por la cabeza que era una posibilidad ¿Cómo que te vas? ¿A dónde? En ningún lugar vas a estar mejor que en la casa. No me queda claro si lo pienso o lo digo. La verdad es que sé que es momento de que pase y que sí, sí van a estar mejor en su nuevo camino. Que ya es hora.
Te duele no sentirte necesitada. Después de tantos años, te das cuenta que la que los necesita eres tú. Aunque, te consuelas, quizá ahora te vayan a necesitar de otra manera. Siempre me van a pedir ayuda en sus trámites del SAT.
Te aguantas las lágrimas. A veces no.
Las sabias lenguas dicen que confíes en las herramientas que les diste a lo largo de la vida. Cuando oyes esto, todos tus miedos maternales salen a flote ¿si les enseñé bien, les di las herramientas adecuadas? ¿Me faltó enfatizar algo? ¿Fui lo suficientemente clara? ¿Lo suficientemente presente? ¿Van a saber qué hacer en cada momento?
El miedo es también por lo que te espera a TI, por el futuro incierto… el futuro abierto. Más vale rutina por conocida, que horizonte por conocer.
Cierras la puerta el día en el que el último de tus hijos se va de la casa y te preguntas qué chingados pasó… Por qué pasaron tan rápido los años… Parece que fue ayer…Y ahora ¿Qué?
No importa cuan preparada hayas querido estar, cuanta “vida tengas más allá de tus hijos” en este momento sientes todas tus plumas caerse. Más bien sientes que te las arrancan. De una a una. Sin epidural. Otro parto.
El silencio añorado en casa se vuelve sepulcral. El refrigerador enorme. Tu agenda se ve vacía. Revives álbumes de fotos viejas (de cuando todavía se imprimían las fotos) y los hojeas. Suspiras con una nostalgia. Esto fue en las vacaciones de tal año, esto en su fiesta de cumpleaños... Esa nostalgia propia de estarle dando vuelta a una página. Vuelta irrevocable.
Y revives, de ese archivo mental que tenías etiquetado como: “lo que voy a hacer cuando se vacíe el nido”, todos los planes almacenados por años: Las clases de tango que siempre quisiste tomar, las catas de vino para mejorar tu paladar, todas las películas pendientes de ver, las levantadas tarde….
Pero la realidad es otra: Ya no tienes las rodillas para el Tango (el ritmo NUNCA lo tuviste), te quedas dormida en el 80% de las películas y el reloj biológico de la edad madura hace que te despiertes a las 5am todos los días. ¿Las catas de vino? Aceptas que ni siquiera te gusta tomarlo. Eres mujer de cerveza.
Así que te acomodas en placeres más simples. El fin de semana bajar a la cocina en ropa interior, salir a comer a un restaurante sin tener que hacer un plebiscito, equivocarte en el uso de pronombres sin enfrentar un pelotón de fusilamiento. La dolce far niente.
Revives el viejo tocadiscos y desempolvas los discos de vinyl que guardaste cuando los dvds de música infantil empezaron a ocupar los anaqueles. Regresas a lo “pasado de moda”. Te das cuenta que lo vintage tiene un segundo y mejor uso ¿quién lo hubiera dicho? Tan metafórico. El sonido del vinyl es inigualable, piensas mientras escuchas a Fleetwood Mac.
Si tienes suerte (y jugaste bien la mano de póker que la vida te dio) el nido vacío lo compartes con alguien que también está desplumado. Porque la paternidad también implica estas pérdidas, igual de dolorosas. Menos habladas porque se mimetizan y esconden bajo la armadura de “ser el hombre fuerte” pero hay otro pájaro desplumado en ese mismo nido.
Te reinventas, se reinventan. Con lo que tienes, con lo que tienen. Juntos y por separado. Con lo aprendido, con lo gozado. Con lo por aprender, por lo gozar.
Cada persona construye esta nueva etapa de la manera que quiere y en la que puede. Te niegas a tener el pelo cano y aprender macramé. Eliges el pelo rosa y conquistar el mundo.
Sabes que te crecerán otras plumas.
La maternidad tiene muchos pasos. Es un ejercicio largo de ensayo-error. Desde el momento que das a luz, todo lo que educas, todo lo que enseñas, todos los regaños y los arrepentimientos. Ensayo-error. Cada paso con sus retos, todos con sus dificultades, todos con sus lágrimas. Todos muestras de amor.
Dejar ir es, sin duda, el paso más difícil. Y es, también, la muestra más importante de amor.
La verdad es que nunca los dejar ir del todo. Los sueltas pero los sigues sosteniendo, de manera más discreta, por siempre. Lo sepan ellos o no. Lo perciben y eso es suficiente.
Ahora, como nunca, entiendo a mis papás.
Y así, aun cuando se hayan ido de la casa, dejas las camas tendidas, toallas limpias en el baño y la puerta principal entreabierta para que sepan que sea cuando sea, por la razón que sea, por el tiempo que sea, pueden regresar a empollarse otra vez.
(Pero que me avisen antes porque yo los fines de semana bajo en ropa interior por mi café)
Cuando tu te fuiste de la casa! Todo tan vacío. Los pasos retumbaban. Pero estamos todos junto
Ameeeee!!!