Se que dada la coyuntura (amo usar la palabra coyuntura, automáticamente te sube 5 escalones de intelectualidad) debería escribir sobre Irán o sobre el voto en el extranjero pero jamás les prometí ser una intelectual de verdad…
En los últimos años he perdido 3 amigos.
No los perdí. No se me olvidaron en el super.
Fallecieron,
Pero es más fácil, y menos doloroso, usar el eufemismo de “perdí”… cómo si los puedes volver a encontrar. Patrañas.
Sé que conforme uno envejece la posibilidad de ver gente morir crece también. La Ley de la Vida, le llaman.
Si las cosas funcionan como deben (porque hay excepciones trágicas), esta ley de la vida marca que cuando eres niño se muere la generación de los abuelos, cuando te haces adulto, la generación de tus padres… y luego un día… PUM. Empiezas a perder a los tuyos.
Siempre empiezan con tragedias. Nadie se muere en la plenitud de la vida porque eso era lo que la vida le tenía planeado. Nadie. Se mueren en su plenitud porque les arrebatan la vida. Un accidente, una enfermedad, una tragedia. Todas y cada una.
Se que nunca es buena edad para morir, pero la juventud lo es menos. (Y sí para los jóvenes que leen esto, 60 años es la plenitud de la vida).
Y un día empiezas a perder a los tuyos, a tus cómplices, a tus compañeros en carcajadas, a aquellos que te guardan secretos de ese día en que te tomaste demasiados tequilas… Empiezas a perder a esos con los que quizá no tienes un vínculo sanguíneo pero con quienes compartes, PORQUE CONSTRUISTE, vínculos aun más fuertes.
Y es una chinga. El dolor cala.
El duelo de los amigos es un duelo raro.
No eres deudo y no estás viviendo la tragedia y el dolor de manera directa pero lo vives también.
Vives, además, el dolor de ver a la familia de la persona que muere, que evidentemente también es parte de tu vida, sufriendo. Y la impotencia de no poder hacer absolutamente nada. El proverbial “estoy aquí para lo que necesites” se vuelve vacío. Porque lo que esa persona necesita es que le regresen a su ser amado. Algo que, evidentemente, no puedes hacer.
Quizá tu casa / tu vida diaria siga funcionando sin contratiempos pero el corazón se aprieta de una manera inimaginable. No se te para la vida, se te para la respiración.
Pasas por los mismos estados de duelo pero desde la gayola. Negación, enojo, depresión y aceptación. Yo sigo atorada en el enojo. Que chingue a su madre cualquier fuerza divina o de la naturaleza que justifique que una persona muera en sus mejores años.
Es que por algo Di-s hace las cosas… Váyanse directito a la porra con esas frases.
Imposible de aceptar, aun con el paso del tiempo. Aun cuando la vida empieza a retomar su camino. U otro camino.
Imposible de aceptar porque, de cierta manera, siguen ahí tan presentes.
No sólo en el corazón sino en la vida diaria.
Los que murieron están ahí. En los ojos de sus hijos que ahora tu ves crecer, en la cara de las parejas que dejaron y que tanto quieres, en las fotos que salen en las memorias del celular. En ese postre que pides y que sabes cuanto hubiera disfrutado. En la anécdota que cuentas y en la que NO puedes hablar en pasado de la persona, porque ESTÁ tan presente en ese relato.
Quizá lo de “Amigos que perdimos” no es un eufemismo. Quizá es real. Quizá sólo están perdidos y en el día a día los volvemos a encontrar.
Este es uno de los amigos que “perdí”… imagínense la cantidad de tequilas que hubo detrás de esta foto… y la cantidad de anécdotas que se formaron después.
Gracias querida Adina por recordar a Jaimito con tanto cariño. Yo también sigo atorada y con el corazón contraído. Pienso igual que tú que no hay razones que valgan para que esto suceda. Ojalá que en algún momento los volvamos a encontrar! Mientras siguen viviendo en nuestro corazón y mente.
Gracias 🙏
Gracias por recordar a Jaime. Solo te puedo decir que hasta hoy no he podido borrar su contacto en mi celular. Vive en nuestro recuerdo. Saludos