Y ahi en medio del conflicto entre árabes vs israelíes están ellos los árabes-israelíes.
En medio de un conflicto entre musulmanes e israelíes están ellos, los musulmanes que viven EN Israel y que son juez y parte y fuego cruzado y simples observadores. No desde el 7 de octubre, desde mucho antes.
Hoy, en todos los medios y redes sociales, hablamos a profundidad de los palestinos en Gaza y en Cisjordania y de los judíos israelíes. Hablamos de sus dolencias y tragedias y errores. Se nos olvidan, en la conversación, los árabes israelíes.
No es pecatta minuta, 20% de la población israelí es árabe musulmana (y en menor porcentaje cristiana) y la única manera de entender el conflicto completo (o tratar de entenderlo, porque hacerlo es imposible) es hablando, también, con ellos.
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Tarek, el chofer (que casualmente es árabe, musulmán e israeli) me ha llevado de arriba para abajo este viaje, creo que ya entiende con quien está lidiando.
Me subo al coche a las 6 am con cafe en mano para ambos.
“¿Lama?” Por qué, me pregunta sorprendido cuando le doy la dirección de Baqa Al Garabiye:
“Caja” así, le contesto con mi mejor non chalance.
La verdad es que tengo los ovarios en la garganta. No soy corresponsal de guerra soy una señora de Bosques de Las Lomas de altas exigencias banales camino a una aldea musulmana, en tiempo de guerra.
Pero vamos.
La geografía de Baqa al Garabiyees es la metáfora perfecta. Ciudad totalmente árabe ubicada entre la frontera con Cisjordania (veo la muralla desde donde estoy) y la carretera 6, una de las principales de Israel.
A 1 hora de Tel Aviv parece Israel pero versión extraña. Los letreros en vez de estar en hebreo y árabe (como en todo el país) están en árabe y, después, hebreo. Todas las mujeres vestidas con la cabeza cubierta. Las mismas tiendas de todo el país junto a mercados tradicionales.
Si piensan q mi pelo causa furor en lugares conocidos, aquí es materia de sorpresa absoluta.
Me reúno en un centro comunitario a platicar con un grupo de mujeres que hacen diversas actividades de trabajo social en el centro.
Tan iguales a mi. Tan diferentes.
Platicamos por horas. Empezamos por hablar de la situación y las perspectivas, y la paz y la guerra y la política y los errores.
Después de un rato acabamos hablando de nuestros hijos y enseñándonos fotos.
Me sirven café con cardamomo y dulces árabes. Los mismos que sirvo en mi casa cuando tengo visitas.
Es extraño oír la misma historia de la guerra desde la orilla opuesta.
Tan igual y tan diferente.
Señalando culpas distintas y razones diferentes pero, a fin de cuentas, genuinamente creo que todas queremos vivir en paz, que esos hijos de los que hablamos vivan en paz.
Me pregunto a mi misma si sus hijos son terroristas, de la misma manera que, estoy segura, ellas se preguntan si soy tía de los soldados que luchan en Gaza en contra de los palestinos a quienes ven como propios.
No hablamos de las culpas que cada quien señala o percibe. Sería absurdo. Cada quien conoce la trinchera del otro. Entre gitanos no nos leemos la mano.
Pero tenemos más de lo que pensamos en común. También políticamente. Hablamos de los peligros y desmadre que genera el extremismo político, propio y ajeno, de como la paz (o el entente cordial) existirá cuando haya seguridad y oportunidades económicas para todos o no existe para nadie. De como la gran mayoría de la gente quiere vivir en paz. De como los programas sociales (increíble lo que ellas hacen) son pareja fundamental de cualquier esfuerzo de paz (o entente cordial) duradero. De como no se puede pensar en el futuro sin tomar en cuenta identidades individuales, tan enraizadas en estas tierras.
Hablamos entre hebreo e inglés y el puñado de palabras en árabe que entiendo y puedo decir. Me regalan encurtidos que hacen en la cocina del centro comunitario, los mismos que hacía mi suegra en la cocina de casa.
No se confundan. No romantizo ni medio segundo la situación. El baklavá nunca ha sido la solución para ninguna paz. Escondemos, quizás, más de lo que decimos. O no. No se. Si nos encontráramos en la calle en Tel Aviv o Paris, quizá nos veríamos con desdeño.
Pero aquí nos sentamos y platicamos.
Pensé que el venir aquí me ayudaría a entender la situación. Me confunde aún más.
Pero, también, refuerza mi convicción de que, eventualmente, va a haber que encontrar un camino para algo semejante a alguna paz. Constructiva. Benéfica.
Dai. Me dice una de ellas cuando hablamos de los muertos. Basta. Suficiente.
Después de horas y horas de platicar de lo que queremos, de los sueños, de los anhelos, me volteo y les digo.
“Voy a citar a una persona que sé que no ha de ser muy popular por aquí, a Hertzel…”
Me interrumpe ella y completa mi frase en hebreo:
“Im tirtzú ein zo hagada”. Si queremos no será un sueño.
La abrazo antes al despedirme, genuinamente agradecida. Agridulce.
Tan complicado todo.
Me subo al coche y no me doy cuenta que estoy llorando, hasta que Tarek me pasa un kleenex.
Ufff!! Yo también tuve que tomar un Kleenex luego de leer... Posiblemente, si un grupo de madres de ambas partes se sentara a charlar acerca de lo que genuinamente anhelan para sus hijos, despojadas de prejuicios, creencias e ideologías con las que todas crecimos, el camino a la paz estaría más cerca!!
Que importante lo que haces Adina , resaltar que todas somos humanas , con familias , y queremos la mayoría que esto termine pronto y que La Paz aunque se ve lejana es posible ! Si todos incluyendo a los involucrados en el conflicto tuviéramos La Paz en nuestra intención como tú al acercarte ayer a ellas , que diferente sería …